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domingo, 11 de julio de 2010

Escritos de Geenom 20

Las huellas que deja la experiencia. La autorresponsabilidad.







Pasar por el mundo, por la vida que hemos elegido, sin dejarningún tipo de huella en uno mismo o en los que nos rodean, es malgastar una vida


Sabemos que un campo está sembrado cuando vemos las marcas que en él ha dejado el arado. La vida también marca al ser humano. Cada una de esas marcas es un surco donde han ido introduciéndose las semillas de la experiencia. Un hombre sin marcas no genera dentro de él nada que pueda ser útil a los que le rodean. Los sinsabores, los problemas, las alegrías, todo, son trazos que dejan plantada en el hombre la semilla de la experiencia.

De todo lo que el hombre hace debe obtener un provecho para él y para sus semejantes. Depende de su capacidad de asimilación que esa semilla fructifique más tarde o más temprano. Siempre tenemos que cuidarla, tenemos que cuidar nuestro campo, nuestros surcos, nuestra experiencia, porque es lo que podemos aportar, lo que hemos conseguido con esfuerzo.

Todo aquello que nos ha dejado marca es lo que podremos aportar. Pasar por el mundo, por la vida que hemos elegido, sin dejarningún tipo de huella en uno mismo o en los que nos rodean, es malgastar una vida, es tener un campo y no ararlo, no sembrarlo, no hacerlo fructificar. Tenemos el campo que hemos elegido. No es ni mejor ni peor que el del vecino, es el campo que hemos elegido porque es el campo que mejor trabajaremos.

La lluvia hace germinar las semillas. El Sol las vivifica y las hace crecer. La lluvia es la palabra que nos llega y que hace germinar lo que hemos sembrado en cada surco. Es necesario que haya semilla para que cuando nos llegue el agua pueda germinar. El Sol es la luz hacia donde la planta se dirige, el objetivo.

Dos plantas iguales no luchan entre sí por el agua; cada una la absorbe según sus raíces y las raíces se forman día a día en el contacto con la tierra, donde estamos todos juntos formando la gran familia del género humano.
No sirve de nada embalsar el agua si después no se va a hacer buen provecho de ella. El agua puede regar o inundar. Canalicemos bien el agua y obtendremos una buena cosecha. Canalicemos mal el agua y destruiremos la cosecha.

Vigilemos nuestro campo cada día. Observemos y oigamos cómo crecen las plantas. Hablémosles, compartamos con ellas la alegría de estar vivos, de poder ser útiles. No dejemos de arar, de sembrar, de regar y de cosechar porque es la misión que tenemos cada uno en su tierra.

Amemos lo que el Cosmos nos ha dado porque cuando nos lo ha dado es porque confía en nosotros. Hagamos honor a esta confianza y no permitamos que nuestra cosecha se malogre.

Ayudemos al prójimo en su campo; enseñémosle cómo canalizar el agua que recibe, pero hagámoslo con humildad, porque es el vehículo que nos unirá a nuestro prójimo. La humildad, el ser conscientes de que todo lo que nosotros hayamos podido hacer, no lo ha sido por generación espontánea; sino que nos ha sido entregado y hemos sido ayudados.

Seamos humildes y caritativos con cuantos nos rodean. No seamos jueces del comportamiento ajeno porque cada uno está haciendo lo que cree más conveniente. Sólo si veis que uno, el que está al lado, va a hundirse, entonces ofrécele tu mano con humildad.

 Que cada uno ponga su mano en su arado y se proponga que su cosecha sea fructífera.








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